En una sociedad frívola como la que vivimos, donde las meretrices son conductoras de radio o televisión, los mecánicos hacen filosofía y las orquestas sinfónicas tocan cumbias, hay un periodismo que reseña eso y más: la prensa de espectáculos está por encima de todos y de todo: es el subproducto normal de la era posthistórica, el de mayor alcance y el de mayor penetración.
Por ahí comenzó todo: Paty Chapoy lanzó Ventaneando y todos los contenidos de otros medios se fueron siguiéndola: si alguien era un buen actor o se montaba una buena obra de teatro, su valor periodístico era nulo: tendría que haber infidelidades, divorcios, cirugías, revelaciones sexuales, deudas no pagadas y diferencias de carácter entre actores y/o productores, para elaborar una noticia de mayor interés.
Desde que lanzaron Ventaneando, todos los periodistas de espectáculos quieren ser como Paty Chapoy, Martha Figueroa o Daniel Bisogno.
Y es que la premisa en la que se funda el periodismo de espectáculos (todo es espectáculo) es bastante sencillo: No hay como las vidas ajenas. Enterarse de los secretos de alguien, presumir la cercanía con las figuras de la televisión, la lejanía de algunas de estas estrellas, por autoexilio o simplemente por olvido de los productores, los roces sentimentales/económicos/actorales/legales, las apariciones o reapariciones públicas de algunos. La vida de otros, pues.
Pilar fundamental de este entorno es Carmen Salinas y sus muchas vidas: ya como productora teatral, ya como testigo fundamental del cine de ficheras, ya como representante popular en la legislatura federal, ya como la mujer con la imagen más difundida en los famosos memes y ya también como opinadora profesional.
Ese es el contexto en el que nace Calladita… de Martha Figueroa. Pieza fundamental de Ventaneando, en este tomo nos comparte su vida y la de otros famosos, con un estilo particular. Aquí un fragmento de su “encuentro”, con un nobel de literatura: Llegué corriendo al concierto de Luis Miguel y lo pisé sin querer mientras buscaba mi asiento. Sí, esta escritora le atinó –con 73 kilos de peso extra– al mismísimo, venerado y universal genio de la literatura, a Gabriel García Márquez. ¡Bolas, le caí encima! Pues se puso fúrico, pegó un grito y me dio un empujón digno de un premio Nobel, que casi se me caen los dientes. Oigan qué madrazo me puso…
La nota, querido lector, no es que esto sea lo más cerca –literalemente– que la prensa de espectáculos ha estado de un premio nobel del literatura. Eso es una finta. El caso aquí es que García Márquez asistía a los conciertos de Luis Miguel.
Martha Figueroa cumple así con la premisa básica: No hay como las vidas ajenas. Asómese a las 264 páginas de estas revelaciones. Quedará encantado.