Nôtre Dame: Saber y Callar

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Nôtre Dame

Por: Gabriel Martínez Meave

Un buen puñado de veces, y a caballo entre dos siglos, he visitado la célebre catedral de París. Como turista, por supuesto, pero también como algo más, al menos en un par de ocasiones. Me atrevería a confesar —a riesgo de sonar pesado y oportunista— que ha sido un destino importante en mi vida y mi imaginación calenturienta. Tuve la oportunidad de recorrer con detenimiento todas sus naves, el ábside, las torres, las balaustradas llenas de gárgolas de los pisos superiores, la ahora destruída techumbre y su colapsada aguja, y la cripta arqueológica que se encuentra en el atrio. También el delicioso jardín a sus espaldas y muchas de sus calles aledañas en la Île de la Cité, donde también se hallan otras maravillas góticas como la exquisita Sainte Chapelle, consagrada por el rey San Luis IX en 1248 y todavía en pie… e incluso otras iglesias de Francia, como Nôtre Dame de Chartres, que merece una publicación aparte.
No soy devoto, pero soy fan rabioso de las catedrales y los templos de todas las religiones, decenas de las cuales he visitado en al menos en tres continentes. Me parecen destinos ineludibles para los que nos interesamos en el arte y la historia, y tratamos de entender un poco los absurdos del mundo.

Los libros

En fin, hace muchos años llegó a mis manos, perdido en un estante de cierta librería de viejo en el centro de la Ciudad de México, un polvoso libro de un tal Fulcanelli, con el sugestivo título de «El misterio de las catedrales» (Le Mystère des Cathédrales). En sus páginas, el enigmático autor narra cómo en las catedrales francesas los constructores virtuosos de la Edad Media codificaron saberes ocultos e imprescindibles, legibles solo para iniciados en cierto tipo de conocimiento cuyo origen se remonta a los hierofantes de los misterios griegos, a los magos persas y caldeos e incluso a los antiquísimos sacerdotes egipcios de Heliópolis.
Los secretos no paran ahí, ya que es insoslayable que las catedrales son, antes que nada, templos cristianos. Fulcanelli no se arredra ante esto y explica cómo fué que el saber antiguo tomó los ropajes del cristianismo e incluso el ceremonial de la misa católica para ocultar hábilmente del profano esos conocimientos invaluables y, de alguna manera, conservarlos para la posteridad, a pesar de que serían condenados en algún momento por la religión ortodoxa.
¿Qué conocimientos son ésos? En una palabra, la Alquimia. A lo largo de numerosas páginas eruditas y apasionantes, analiza textos clásicos y oscuros como la Tabvla Smaragdina, el Mutus Liber, el Aurora Consurgens y la Nueva Luz Química, y los compara con las esculturas, tímpanos y vitrales de las vetustas catedrales de Francia, entre las que ocupa un sitio de honor Nôtre Dame de París, a la que le reserva capítulos enteros, analizando el significado aparente y el profundo de sus relieves y ornamentos, donde nada es casual. Dedica también párrafos interesantísimos a alquimistas legendarios como Basilio Valentín, Paracelso, Artefio, Morieno, Philaléthe e incluso Nicolás Flamel —sí, el mismo que aparece el primer libro de Harry Potter como amigo personal de Dumbledore— que vivió realmente en París en el siglo XIV y de quien en Francia todavía se cuentan leyendas muy interesantes.
Tanto me encandiló la lectura de estas páginas, que emprendí un viaje para ver si eran ciertas. Después de recorrer Europa con unos amigos, decidí permanecer en París al término del recorrido para explorar por mi cuenta algunos de estos lugares, con resultados… inciertos. De entrada, muchas de las referencias y motivos de Fulcanelli ya no existen: han sido destruidos, modificados, desgastados y sustituidos en innumerables abandonos y restauraciones, sobre todo a partir de la Revolución Francesa. Los edificios medievales, desgraciadamente, han perdido ya parte de sus secretos, de lo que el mismo Fulcanelli se queja en sus escritos. (No puedo dejar de pensar que el reciente fuego de Nôtre Dame haya sido causado adrede para ocultar información comprometedora…) Recuerdo un pasaje, donde Fulcanelli menciona a «maître Pierre», una estatua que se hallaba en las entrañas de Nuestra Señora y que representaba al Demonio… o al caos original. Supongo que fue retirada hace ya muchos años…
Esto me recuerda otro libro que compré también en una librería de viejo en París, que reseña el trabajo de Viollet-Le-Duc, el extraordinario arquitecto del siglo XIX que estudió las construcciones góticas y llevó a cabo levantamientos y restauraciones de varios castillos e iglesias en Francia; entre ellas, por supuesto, Nôtre Dame, que le ocupó veinte años. Su trabajo es increíblemente detallado y exhaustivo. Era un gran dibujante y un erudito sobre la Edad Media. Sus ilustraciones me han servido por años para alimentar mi muy personal inclinación por todo lo Gótico.

Cuando no hallo inspiración, tomo su volumen y siempre encuentro algo nuevo. No me sorprendería que sus planos —¡y no los modelos 3D de Assasins’s Creed, por Dios!— sean una de las principales referencias para la reconstrucción de la catedral en ¡los próximos 5 años! Piensen que no es un edificio como los de ahora: lo único que lo mantiene en pie es la delicada geometría de sus arcos y sus bóvedas. ¡No hay varillas, no hay armazones, no hay estructuras de acero que la sostengan! Sólo mortero y PIEDRAS, sabiamente cortadas, equilibradas y apuntaladas, decoradas con relieves y alucinantes vitrales llenos de historias y narraciones. Casi ningún arquitecto actual tiene los conocimientos de construcción y ornamentación para acometer hoy una obra así.
Como es un todavía un edificio vivo y con culto, no reparamos en la dimensión arqueológica de Nôtre Dame. Fue construída casi dos siglos ANTES de la fundación de Tenochtitlan por los mexicas (y mas de tres siglos después de las últimas construcciones mayas fechadas), por ejemplo. Sus esculturas originales, por tanto, son más antiguas que el Calendario Azteca (pero menos vetustas que la estelas mayas de Palenque, por comparación). Esto nos puede dar una buena idea de las escalas de tiempo con las que nos enfrentamos en estas construcciones.
Para los que critican que se donen recursos para reconstruir una iglesia —parece casi un crimen en estos tiempos dizque ecológicos, agnósticos y progresistas— les recuerdo que justo ahí también se inventó la polifonía y la notación musical, sin las cuales no sería posible la música clásica europea y ninguna música actual, incluído el jazz, el rock, el pop y hasta el reggaetón. Y eso es sólo un logro entre muchos. ¡Las cosas que han visto esos muros! No es necesario mencionar una vez más las incontables referencias literarias que ha inspirado este gran edificio, de Victor Hugo a Dan Brown, pasando por Walt Disney… En resumen, la catedral de Nótre Dame de París es tan fundamental para el desarrollo de la cultura europea y mundial que solo los necios y los desinformados pueden lamentar que se reconstruya, independientemente de que uno sea cristiano, católico o religioso siquiera. Ser humano sensible basta.

Nótre Dame de París es tan fundamental para el desarrollo de la cultura europea y mundial

No puedo dejar este post sin mencionar otro libro de Fulcanelli, menos conocido: «Las moradas filosofales» («Les Demeures Philosophales») donde profundiza todavía más en el tema del conocimiento secreto codificado en los castillos y mansiones alquímicas de la vieja Francia. De este libro me impresiona, sobre todo, el final, donde el último de los alquimistas nos habla del deber del adepto de SABER y CALLAR.
Callemos pues. No nos vienen mal unos minutos o unos siglos de silencio y reflexión.