POR JUAN LAGUNAS
En 1956 se inauguró la Torre Latinoamericana. Antes, en 1954, Alfredo Crevenna (“El juicio de los hijos”, “Los problemas de mamá”) dirigió “Dos mundos y un amor”. En este filme, Pedro Armendáriz le da vida a un arquitecto (Ricardo Anaya), quien fue uno de los encargados de la construcción (el edificio se sitúa en el eje central Lázaro Cárdenas; Centro Histórico, en la Ciudad de México).
¿Por qué el título hace alusión a dos orbes? Simple: la disconformidad entre la inconstancia (al grado de soberbia) y el cariño no se ha extinguido. Una frase de Thomas Hobbes resume el asunto: “La competencia por alcanzar riquezas, honores, mando o cualquier otro poder llevan al antagonismo, a la enemistad y a la guerra”.
El histrión facilita el entendimiento de este drama, que tiene una duración de 105 minutos. Su capacidad de interpretación simboliza una estructura inamovible y perpetua (como el plano extremo de los ojos de María Félix en “Enamorada”. Genialidades de Emilio Fernández y Gabriel Figueroa).
La historia es repetitiva, con una dosis de cambio, que se abrevia en dos vocablos: Armendáriz, Dilián. ¡Qué gran dupla! ¿Cuántas veces se ha abordado el génesis humilde de una persona -que después triunfa- y, de inmediato, se tambalea en la superficie del desencanto? Empero, en este caso, Irasema (Silvia) y Pedro son espléndidos y reivindican el largometraje.
Como suele acontecer, el personaje “pierde” el vínculo con el entorno. La ambición se apodera de su temperamento, a medida que los 44 pisos del inmueble se erigen.
Si invocamos al Psicoanálisis, el edificio representa el elemento fálico de la cultura de la dominación.
La esposa, al divisar estos cambios conductuales, entra en angustia. Entonces, el recuerdo la conduce a anhelar el pretérito, cuando no había sesgos ni vaivenes de egoísmo.
En el derredor sobresale un dato: la frustración que experimenta el personaje céntrico, tras reprobar su examen profesional; a partir de ese instante exterioriza sus complejos, enraizados por la pobreza que enfrentó. Ante tal escenario, ella lo apoya. Se vuelve un cimiento (base) delicado y sólido. El amor perdona todo. Es tolerante y lleno de paciencia.
El reparto es sensacional: Carlos Riquelme, José María Linares Rivas, Lupe Carriles, verbigracia.
La torre fue estructurada de 1948 a 1956. Se otea desde diversos ángulos. Mientras se avanza (por aire o por tierra) parece que el edificio se desplaza (como una especie de hoja en el aire). Ahí mismo se filmó también un fragmento de “Sólo con tu pareja”, en 1990.
Retornar a esta cinta es un placer indescriptible; no sólo por las actuaciones, sino por la importancia del tema que blande. Ahora que se ha suscitado el confinamiento (a causa del “enemigo invisible”) es necesario adentrarse en la atmósfera del cine. Se trata del placer en movimiento.